Psicología en Lugo

la-pandi-aepd

No cabe duda de que los avances informáticos y nuestro vínculo constante con la red de redes conlleva múltiples ventajas. En cierto modo, todos podríamos aseverar que nos ha hecho la vida más fácil, cómoda y plural.
Pero este aparente provecho entraña también peligros visibles e invisibles de los que conviene proteger a determinado sector de la sociedad.
Me estoy refiriendo a los menores, siempre más vulnerables en el entorno cibernético y expuestos a múltiples riesgos que generaciones precedentes no podrían ni siquiera haber imaginado.

Así pues, considero positivo que se organicen campañas para concienciar a la juventud de un uso responsable de Internet y me parece importante cualquier labor de divulgación en este sentido.
Me hago eco en este post inaugural de una iniciativa que persigue precisamente este fin: promulgar el conocimiento de una herramienta global y utilizarla con competencia y buen juicio.

La campaña lleva por nombre «Tú decides en Internet» e invita con una serie de juegos interactivos a que los jóvenes tomen conciencia de su poder de elección en cuanto al uso que emplean de este medio.
La Agencia Española de Protección de Datos lanza esta empresa para que los jóvenes aprendan a preservar su intimidad y su identidad en los distintos espacios que brinda Internet.
Esto sería útil tanto en la utilización de redes sociales (Tuenti, Twitter, Facebook, Tumblr, Instagram), como de chats o foros o como la propia gestión de cuentas de correo electrónico personales.

Incorporo a continuación el enlace que os conducirá a esta interesante iniciativa, valiosa tanto para los más jóvenes como para los que cuidan de ellos:

http://www.tudecideseninternet.es/menores/

El duelo por amor

Psiqué abandonada (Augustin Pajou)

Psiqué abandonada (Augustin Pajou)

A menudo subestimamos o pasamos por alto el sufrimiento que acarrea el saberse abandonado por una pareja.
Olvidamos que se trata de una experiencia muy frecuente y universal que prácticamente la totalidad de los seres humanos transitaremos en algún momento de nuestras vidas y que conlleva un estado obsesivo sumamente debilitante.
Ser abandonado nos deja en una situación de vulnerabilidad psicológica transitoria de carácter desasosegante y angustioso y supone una pérdida de energía vital de gran magnitud.
Por ello es fundamental aprender a protegerse uno mismo en la medida de lo posible y a gestionar esta pérdida de una forma práctica y funcional. Esto nos servirá para salir de la vivencia dolorosa reforzados y con una sensación de dominio propio más acentuada y solvente.
Los psicólogos describen una serie de fases que intervienen en este proceso y que a menudo se superponen entre sí, se mezclan o se dan al mismo tiempo.
Dicho sea de paso, no creo que exista un orden ni un patrón estático.
Cada persona reacciona ante la pérdida emocional de un modo particular, a menudo condicionado por la propia forma de ser del individuo.
Esta forma de ser es única y, por tanto, la forma en que reacciona también lo es.
Con frecuencia las personas necesitamos conocer lo que nos sucede para superarlo, desgranar nuestros estados emocionales y establecer unas pautas que nos hagan recuperar un norte que creíamos ya perdido.
Teniendo en cuenta esto, se establecen las siguientes cinco fases en un proceso de duelo amoroso:

1. NEGACIÓN: Suele darse al comienzo del procedimiento, aunque puede reaparecer en múltiples e imprevisibles ocasiones durante el tiempo que dure el duelo por desamor.
En esta etapa el cerebro intenta protegerse y en el fondo piensa que él o ella volverá. De hecho, el sujeto abandonado se intenta convencer constantemente de esto para no enfrentar el vértigo que supone asimilar la ruptura.
Es una forma de evitación y de custodia del propio bienestar.

2. IRA: Aquí acontece que reaccionas.
Dejas de ver virtudes en la persona que te abandonó y empiezas a colocarla en el lugar que racionalmente le corresponde. Éste suele ser un término medio, aunque al principio puedes pasarte al extremo de creerlo un monstruo por haberte abandonado sin contemplaciones.
La ira nace de la sensación de injusticia y de las ganas innatas de salir lo más rápidamente posible de un estado de malestar psicológico permanente.
Estamos hartos y decidimos deshacernos de todo lo que nos recuerde al otro, o esconderlo. En todo caso, dejar de regodearnos en la contemplación de aquellas fotos que falsamente prometían una pareja indisoluble o en los abrazos interminables a aquella camiseta que el otro dejó olvidada una mañana de domingo en nuestra casa.
La nostalgia puede ser fecunda y creativa, pero también paralizante corrosiva.
Muchas personas deciden alimentarse de nostalgia creyendo que esto les convierte en seres más leales a los sentimientos que manifestaron. Muchos escritores y artistas subliman los estados de nostalgia en sus creaciones y eso ha calado profundamente en la idiosincrasia popular.
Sin embargo, esto es una falsa creencia.
No has amado más por permanecer más tiempo lloroso o llorosa o por tardar más en retomar el ritmo normal de tu vida. Esto simplemente es un síntoma de que gestionas de forma incorrecta el abandono.
O al menos no de la forma óptima.
Dentro de esta fase puede haber trampas secundarias. Es fácil pensar de ti mismo que estás siendo cruel al contemplar una evaluación claramente negativa del ser que tanto amabas y sentirte culpable por ello.
Es ese diálogo interior que todos mantuvimos alguna vez en el que empezamos a ver los contras de aquella relación que tanto anhelamos, pero que al tiempo no los queremos ver porque eso significaría dejar caer la venda de nuestros ojos y desposeer de su halo mágico a todo lo experimentado con el otro.
La ira implica desnudar al otro y mirarlo tal cual es (no tal cual pensábamos que era). Esto puede enfadarnos, puede hacernos sentir que se ha cometido una injusticia con nosotros al no saber valorarnos como nos merecemos y, según los estudios sobre el asunto, esto es sano y constructivo.

3. NEGOCIACIÓN: Aquí, tras el susto inicial, empiezas a elucubrar posibles maneras de que él o ella regrese.
Piensas que, si cedes en tal o cual punto o si mejoras aquellos detalles de tu aspecto o forma de ser que el otro demandaba, pudiera suceder que volviese.
Desde mi punto de vista, en esta etapa hay cierto sometimiento y sumisión. Estás dispuesto a todo en nombre del amor perdido.
Fantaseas con la posibilidad de un reencuentro e intentas agradar de nuevo al otro, cayendo a menudo en la manipulación.
Repasas mentalmente la trayectoria compartida y te reprochas todo aquello que hiciste mal o que tal vez podrías haber hecho mejor. Sin duda esto comporta más sufrimiento y sensación de impotencia, pues nadie puede volver a atrás.
Los psicólogos recomiendan que lo mejor para superar esta fase de forma satisfactoria es hablar de todos nuestras recriminaciones o carencias, aunque nos duelan.
Obviamente, no se trata de llamar a la persona que nos dejó y repasar con él o ella todas estas cuestiones.
Pensemos que esa persona decidió abandonarnos y caminar voluntariamente hacia otro tipo de vida. Conversar con él o ella sobre nuestras lamentaciones derivadas del abandono sólo produciría más angustia en nosotros y la ratificación reforzada del otro de que tomó la decisión adecuada al apartarnos de su camino.
Sin caer en la obsesión, es sano desahogarnos con amigos o familiares. Compartir esa desazón que sentimos y percibir que el mundo recibe y comprende esa sensación por ser común y perfectamente reversible.
Es importante destacar y tener presente que, tarde o temprano, nos sentiremos mejor.

4. TRISTEZA: Nos sentimos solos, desarraigados de todo lo que antes nos hacía sentir vivos. No existen ilusiones en el horizonte y sabemos que lo que vivimos con el otro ya no existe. Nuestro presente muestra una cara amarga y nos sentimos desesperanzados.
Saboreamos la pérdida del objeto amoroso con intensidad.
Sentimos vacío y tendemos a aislarnos, perdiendo interés y curiosidad por lo que antes nos motivaba.
Es bueno tratar de convencerse a uno mismo cuando nos sintamos deprimidos por la ausencia del otro que, si antes de conocerle podíamos vivir, ahora que se ha marchado somos perfectamente capaces de seguir viviendo.
Él o ella no nos insuflaba el aire para mantenernos con vida.
Si ahondamos en la tristeza y tratamos de comprender lo que quiere transmitirnos, saldremos antes del trance y seremos más sabios.
Esto puede aplicarse a todas las fases del duelo.
Siempre hay lecciones que sustraer de un fracaso amoroso.
Puede que necesitemos trabajar aspectos de nosotros mismos que en el contexto de la relación se pusieron de relieve. En este sentido, tendríamos que estar agradecidos de este abandono.
Suena tajante, pero donde unos ven crisis otros aciertan a ver la gran oportunidad.
Si tenemos el colmo de la inteligencia emocional, también sabremos apreciar que la experiencia que tuvimos fue única y hermosa en muchos instantes y podemos atesorar esos instantes como un regalo que la vida nos hizo mostrando todo su misterio y grandeza.
Si fuimos felices con el otro en algún momento: ¿Por qué no vamos a ser dichosos de nuevo en un futuro con alguien?
Un fenómeno que ya se ha dado en nuestras vidas puede perfectamente repetirse, tal vez no bajo la forma de la misma persona con la que ahora estamos obsesionados.
Tal vez aparezca alguien mucho mejor que no desee por nada del mundo abandonarnos por considerarnos demasiado especiales.

5. ¿RESIGNACIÓN O ACEPTACIÓN?: Aquí disponemos, como casi siempre en la vida, de dos puntos de vista para clausurar el duelo. O bien pensamos que la vida ha sido muy injusta con nosotros y nos resignamos a la pérdida. O bien aceptamos la nueva situación y seguimos adelante cada vez más fortalecidos.
Tendríamos que intentar comprender lo ocurrido, aceptarlo y sacarle partido.
Esta fase no conlleva una mejoría súbita, pero empiezas a visualizar los primeros brotes de un renacimiento emocional. Empiezas a recuperarte del naufragio inicial, que te hacía sentirte terriblemente desnortado y desprotegido.
Te hallas por fin en el camino de sentirte mejor y de reconquistar tu propia valía y autoestima sin necesidad de mirar hacia el pasado una y otra vez.
Busca activamente emociones positivas fuertes que contrarresten las emociones negativas que venías transitando.

Alguien me dijo en una ocasión que el dolor guardaba relación con una estancia. Con una habitación.
Para superarlo, para deshacerse de él…hay que atravesarlo de lleno y atreverse a abrir la puerta.
A continuación, comparto algunos extractos de cierto interés del libro No le llames más, de Rhonda Findling:

Un bebé abandonado está condenado a morir; no puede sobrevivir si no hay ningún adulto que lo alimente y, por tanto, su miedo es parte de sus instintos. En cierta medida, y según las circunstancias de cada individuo, ese miedo permanece con nosotros.
Si, una vez adultos, somos abandonados por alguien de quien esperábamos amor y sustento, ese temor infantil vuelve a ponerse de manifiesto. Este efecto, combinado con la presente amenaza de abandono, puede generar una intensa sensación de pánico.
Nuestra aptitud para razonar puede verse afectada hasta tal punto que todo lo que somos capaces de experimentar se reduce a ese terror a ser abandonadas, a sentirnos solas o rechazadas.
Estos sentimientos tan dolorosos pueden hacer que nos resistamos a aceptar que la relación se ha roto y nos aferremos a ella como nuestra única salvación. Un comportamiento así puede ejemplificarse con actividades que van desde la profusión compulsiva de llamadas telefónicas hasta el presentarse en su casa o lugar de trabajo sin previo aviso, o incluso el no dejar de escribirle cartas o emails aunque él no haya respondido a ninguno de nuestros intentos de contacto.
Cuando una mujer se encuentra en tal estado de aferramiento, puede llegar a sentirse desesperada hasta el punto de no sentir reparo alguno en recurrir a un comportamiento humillante y prácticamente lindante con lo masoquista.

¿Qué podemos hacer cuando nos sobrecoge la irresistible y compulsiva necesidad de llamar a un hombre?

Primero, debemos darnos permiso para experimentar conscientemente la tensión y nuestros propios sentimientos, y soportarlos hasta que desaparezcan. Y ten por seguro que desaparecerán; los sentimientos son algo temporal.
En eso consiste precisamente el truco: sentir nuestras emociones sin dejar que gobiernen nuestros actos. Requiere una gran dosis de disciplina y trabajo personal, pues lo más fácil sería dejarse llevar por nuestros sentimientos y actuar en consecuencia.
El hecho de ser conscientes de lo que sentimos sin permitir que esos sentimientos dirijan nuestra vida es lo que se conoce como “contención emocional”.
Es lógico, sin embargo, que en ese proceso de contención nos sintamos algo incómodas, pues suele generar ansiedad y, por tanto, una gran tensión. Esa incomodidad es la que nos induce a llamarle e intentar, así, liberarnos de esa sensación de incertidumbre y malestar.
En ese momento, debemos pensar en la angustia y el profundo dolor que nos causaría el que nos rechazara o el no conseguir la respuesta que esperábamos.
Un factor muy importante de este proceso de duelo y aflicción es ser conscientes en todo momento de todos nuestros sentimientos, también los que son positivos. No debemos avergonzarnos de seguir enamoradas de nuestro ex, incluso si la relación se ha terminado y aunque nos haya herido profundamente.
Es natural.
Tenía cualidades que admirábamos; de otro modo nunca nos hubiéramos fijado en él ni nos habríamos enamorado de él. Es igualmente necesario mantener la sensación de deseo por él. No hay por qué avergonzarse.
Son sentimientos, nada más.
No estamos obrando según ellos, sencillamente los estamos sintiendo.

Exigir amor incondicional a un hombre responde a la creencia de que nunca nos dejará si efectivamente nos quiere de ese modo, y puede hacer que nos sea prácticamente imposible aceptar su decisión de terminar la relación si se diera el caso y que lo pasemos realmente mal al intentar superar esta situación. Es otro camino hacia el mismo lugar: el conocido comportamiento autodestructivo.
Las falsas expectativas de amor incondicional también podrían causarnos la sensación de que podemos hacerle lo que queramos sin esperar consecuencia alguna. Desde luego, se trata de una idea completamente disparatada; toda acción tiene sus efectos, y si hacemos cosas para hacerle enfadar o entristecerle, podría terminar rechazándonos o dejándonos.
No es ni nuestro padre ni el padre que hubiéramos querido tener. Un hombre está con una mujer porque quiere, no porque se lo deba. Un padre, en cambio, le debe a sus hijos el permanecer con ellos a lo largo de su infancia y adolescencia, y esa exigencia, pues, debe dirigirse a él, no a nuestra pareja.
Si estamos actuando de alguna de estas formas, puede que lo que realmente necesitemos para mantener una relación sana sea resolver los problemas que tengamos a raíz del comportamiento de nuestro padre.

Los finales nunca son perfectos. Debemos aceptar que la relación se ha terminado y seguir adelante. Si sentimos la necesidad de llamar a nuestro ex para pedir perdón por algo que dijimos o para expresarle lo bien que llevamos la ruptura, debemos resistirnos. No debemos llamarle; puede que nos rechace o que nos haga sentir mal de cualquier modo.
Debemos aceptar la forma en que terminaron las cosas con sus imperfecciones. La vida no es una pintura que pueda retocarse; es caótica e imperfecta, así que lo mejor es dedicar nuestra energía a aceptar la situación tal como se presentó y mirar hacia el futuro que nos aguarda.

Algunas mujeres viven la extraordinaria fantasía de poder “arreglar” al hombre que aman.
Sigue siendo una fantasía. No somos ni sus terapeutas ni sus psiquiatras.
Algunas consideran su incapacidad de seguir adelante sin él como prueba de su gran amor. No lo es. Sólo es prueba de su dependencia extrema, patológica en los casos en que él comete abusos físicos o emocionales sobre ellas. La verdad, sin embargo, es que como
adultas que son, la dependencia física o emocional no es completa. Sólo la sienten como tal.
A menudo, nos aferramos desesperadamente a dolorosas relaciones sin futuro por temor a la gran sensación de vacío que sentiremos sin ese hombre en nuestra vida. Este temor es a veces tan aterrador que el sufrimiento que nos provoca el sostener la relación vale la pena si podemos mantener nuestro vínculo con él. Algunas mujeres temen derrumbarse psicológicamente si pierden a su hombre, así que prefieren soportar el dolor y la humillación que les causa su relación con él antes que pasar por el horror de verse solas.
Este aterrador sentimiento de vacío ya estaba ahí antes de conocerle.
Puede que lo hubiéramos desarrollado en nuestra infancia si papá y mamá no satisfacían nuestras necesidades de amor y afecto. O puede que sea el resultado de una depresión oculta que hayamos estado sufriendo por un largo período de tiempo y de la cual no éramos conscientes debido al caos en que habíamos sumido nuestra vida para evitar, precisamente, esos sentimientos de vacío.

La incapacidad de nuestros padres para proporcionarnos lo que más necesitábamos cuando éramos pequeñas es la razón de nuestro empeño por aguantar la actitud rechazadora, dañina e incluso abusiva de él y mantener la falsa esperanza de que todavía puede cambiar. Las mujeres que en su infancia son tratadas adecuadamente por sus padres suelen romper la relación cuando su pareja adopta actitudes poco aceptables.
No se aferran a él esperando cualquier migaja que se digne a soltar.
Sienten que se merecen una relación amorosa recíproca y plena. Para lograr superar ese sentimiento de dependencia emocional de un hombre que continuamente nos decepciona o nos hiere, debemos hacer algo de introspección en nosotras mismas y aliviar las heridas que hayamos heredado de nuestra infancia. Parte de este trabajo puede hacerse tomando conciencia del amor y el cariño que nos faltaron y llorando por ello. Recuperarnos de un trauma infantil reforzará nuestra independencia emocional y nos hará sentirnos menos desesperadas por obtener amor de cualquier hombre que pueda dárnoslo.
Si aceptamos el hecho de que un hombre que no deja de herirnos y decepcionarnos no va a cambiar, debemos ser nosotras las que cambiemos superando nuestras fantasías de que algún día él termine reaccionando. Toda nuestra vida cambiará; y lo hará a mejor.
La aceptación de nuestra responsabilidad al elegir estar o no con un hombre que nos hace infelices nos dará poder sobre nosotras mismas. Nos sentiremos menos desesperadas y menos dispuestas a aferrarnos a una relación frustrante, agotadora y nada productiva. Aumentará nuestra autoestima y nuestro respeto por nosotras mismas, y estaremos más abiertas a conocer un hombre maduro y generoso con el que entablar una relación amorosa sana y fértil.

Algunas mujeres creen que si bombardean a un hombre con atenciones (cartas, mensajes, visitas inesperadas), él se verá arrastrado por su incansable pasión y querrá volver a reiniciar la relación. No nos engañemos; nunca funciona. Lo único que conseguiremos al actuar de este modo es sentirnos humilladas.
Él ya sabe lo mucho que le queremos, no tenemos que demostrárselo. Perseguirle es hacer que se sienta acechado. Llamar a sus amigos es hacer que se sienta hostigado.
Con este tipo de actitud sólo conseguiremos parecer desesperadas y necesitadas, lo cual todavía le alejará más de nosotras. Nos perderá el respeto y, si seguimos acosándole, puede que incluso nos encuentre repulsivas.
Destruirá nuestra autoestima y nos hará sentir peor de lo que nunca hubiéramos imaginado. Acechar u hostigar a un hombre es como coger una rabieta. Nos negamos a aceptar la realidad; nos negamos a aceptar que no nos quiere. Y no.
Debemos respetar su decisión incluso si nos resulta dolorosa y frustrante.
No podemos controlarle.
Es una persona aparte de nosotras y tiene su propia agenda. Lo único que sí podemos controlar es a nosotras mismas y nuestro comportamiento. Debemos aprender a aceptar las decepciones como parte de la vida que son. No podemos exigir a un hombre que nos ame porque nos sentimos merecedoras de ello.

Acecharle, hostigarle o tomar venganza son formas de mantenernos vinculadas a él, pero debemos tener en cuenta que este tipo de conductas no van a hacer que regrese, sino al contrario, le alejarán todavía más. No vale la pena gastar tiempo o energía en ello.
Adoptar un comportamiento obsesivo es nuestra forma de defensa contra el dolor, la rabia y la vergüenza que no queremos reconocer. Puede que necesitemos psicoterapia para superar estos sentimientos. Enfrentarnos a ellos en el entorno adecuado puede ayudarnos a terminar con nuestra obsesión.
La pérdida de la pareja podría haber desenterrado traumas del pasado que todavía no se han superado, tanto los propios de la infancia como los de antiguas relaciones. En lugar de obsesionarnos por recuperar a ese hombre, debemos ocuparnos de redirigir toda nuestra energía hacia nosotras mismas.

En mis años de práctica como psicoterapeuta, me he dado cuenta de que las mujeres que tienen éxito en sus relaciones son muy realistas. Cuando notan cualquier indicio de que hay algún problema serio en la relación o cuando son rechazadas, lo dejan y punto.
No intentan convencerse a sí mismas porque saben bien lo que quieren.
Se sienten plenamente capacitadas para amar y para ser amadas, y saben que tienen el derecho a disfrutar de una relación sana y fructífera. En general, son mujeres enormemente cuidadosas al elegir la persona a quien confiar su corazón.

Aprende a controlar tus sentimientos y a no expresarlos en el mismo momento que surjan. A veces, en la vida, hay que reflexionar acerca de lo que uno siente, tomar conciencia de ello y no dejar que controle nuestros actos.
Soportar la frustración y el dolor que produce el echarle de menos repercutirá positivamente en tu capacidad y preparación para evitar este tipo de situaciones.

Debemos permitir que el universo siga su curso.
A menudo, si dejamos las cosas tal como están, la vida siempre abre una vía de salida. A veces, no intervenir en el desarrollo de los acontecimientos resulta mucho mejor que intentar forzarlos para que sean como queremos. Puede que lo que creemos querer no sea lo que más nos conviene, o que cuando miramos atrás, nos demos cuenta de que lo que creíamos desear habría terminado siendo una pesadilla y nos alegremos por no haberlo conseguido.

Termino con un tema de Sarah Vaughan titulado My Man y con una cita de Charles Baudelaire alusiva a esta cruda sensación del abandono.
Rezaba el francés: «Te falta un solo ser y todo se despuebla».